*Taquería callejera con toldos rojos que descomponen los rayos solares para que bañen con su luz futurista a los sabios comedores de tacos de la Ciudad de México y a las delicias más inconcebibles
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- ¡Atención! Las imágenes que acompañan a este artículo no están dañadas, ni tienen filtro alguno. Son así, rojísimas, encendidas como lenguas abrasadoras, porque todos los degustadores que acuden a este puesto de La Lagunilla se vuelven automáticamente seres rojos. ¿Has sido alguna vez una mujer u hombre rojo? Pues ven.
No estás en un estudio fotográfico con ampolletas rojas que evitan veladuras, ni en un climatizado laboratorio biológico con iluminación LED de 630 nanómetros para estudiar virus mortales, y tampoco en las faldas del Popocatépetl cuyas descargas eléctricas que saltan a la mesósfera son impactantes espectros rojos. Estás en Tacos Don Pedro los Perrones, taquería callejera con toldos rojos que descomponen los rayos solares para que bañen con su luz futurista a los sabios comedores de tacos de la Ciudad de México y a las delicias más inconcebibles. Delicias rociadas en refulgencias rojas.
Aclaración: en esta esquina no pidas calma. Cuando hoy, sábado o domingo, caminas a la taquería de Rayón y Comonfort, te domina un tifón humano que arrastra, aturde, estruja, despeina, marea. ¿Cómo no? Estás en el corazón de La Lagunilla, el antiguo barrio donde a tus bocados los musicalizará el salsero Juan Carlos Coronel que desde una bocina canta a todo pulmón “Y me entristece la realidad de estar, amor, en mi soledad / Y me estremece el frío de la noche en mi habitación y tú no estás”. Aunque aquí no hace frío ni hay soledad, sino un seco calor chilango y una gritona marea comercial que te vende lo que quieras: masajeadores de araña para la cabeza, coronas de quinceañeras, toallas: “¡Dos por 100 varooos. De la Deisy, de la Cruz Azuuuul, de la Mimi, de la Karely Ruiiiiiz!”.
Pero vayamos a lo importante, lo que hay sobre estas mesas repletas de familias procedentes de Tepito, Garibaldi, la Guerrero. Comen sentadas en manteles con estampado de manzanas (por si faltaba algo rojo). Y verás algo único: frente a ellas reposan jarrones llenos de ramas. Las agarran, las deshojan y se llevan las hojas a la boca, que mastican con salvajismo de montañeses herbívoros intercalándolas con tacos. ¿Ramas? Sí, aquí apasionan la cecina, el pastor, el chicharrón, el bistec, pero también el pápalo, esa hierba picante, amarga, poderosa en sí misma y que exacerba el sabor de todo lo demás.
Al decir todo lo demás, es todo: en Tacos don Pedro Los Perrones, las gorditas, los pambazos, las gringas, las quesadillas, los tlacoyos, los huaraches, incluyen papás a la francesa, nopales y queso.
Si pides tres unidades de algo de eso, prepárate, porque cada una es una montaña de delicias y no te dará hambre en dos días. Cuando te toman la orden, siempre te hacen una pregunta: ¿con todo? ¡Claro que con todo! Esta taquería trastoca la sabiduría popular: de lo bueno, mucho.
¿Y cuál es su más grande orgullo? El suadero puede causarte un desvanecimiento de placer. Las virtudes de ese corte vacuno (el pecho del animal) son en este puesto algo misterioso, casi inexplicable, pero intentaré hallar las razones. Poca grasa (solo la necesaria para dar cuerpo a la carne), suavidad y algo fundamental: la carne es crocante porque está muy pero muy dorada, aunque jamás achicharrada. Es decir, el maestro taquero que en la vía pública prepara los antojitos con mandil amarillo y gorra al revés (como corresponde a un taquero) y despliega su plancha a la vista de todos, logra una cocción exactísima: el pelín previo a lo quemado.
Cuando te lleves a la boca el suadero y percibas entre las muelas el crujir de la mezcla carnívora con las papas, el nopal y el pápalo, vas a querer extender el momento al infinito. Como cuando te abraza tu enamorada, tu enamorado, y piensas: “Jesús sacramentado, no necesito nada más. Que por favor este instante no acabe nunca”.
Por desgracia, debo hacer una crítica. Mientras me echaba mi gordita de chicharrón, la señora sentada atrás mío, de elegante vestido negro con florecitas doradas y peinada con elegancia de boda, se cayó con los tacones apuntando al cielo porque a su banquita plástica se le rompió una pata. Su familia se carcajeó cruelmente (“Ay, Nelly, también aquí haciendo desfiguros. Jajaja”). Mientras roja de la pena (de qué otro color) se incorporaba, la dama preguntó a la mesera Viri: “¿No incluye seguro?”. No, aunque Viri y el Señor Mariachi (de lentes de pasta y playera de la Selección) te atienden atenta y velozmente, Tacos don Pedro Los Perrones no incluye seguro de gastos médicos mayores y tampoco de vida.
No importa: si te echas aquí uno de suadero o cualquier otra cosa, vuelves a vivir: una vida en rojo.
++ Tacos don Pedro Los Perrones. Rayón y Comonfort, La Lagunilla.